jueves, 3 de julio de 2008

Capítulo II: Marcos

A lo largo de todo el día, Lucía estuvo recordando a Marcos, a ese chaval algo tímido que había conocido cuando, con catorce años, los dos empezaron al instituto. No sin cierta dificultad, ella consiguió recordar incluso la primera conversación que tuvieron, sobre motos, cuando Lucía se acercó a preguntarle a ese chico que llevaba una carpeta forrada con fotografías de motocicletas de la marca Harley Davidson si le gustaban tanto esas máquinas como parecía. Esa fue la primera de una interminable lista de conversaciones sobre los más diversos temas que tuvieron a lo largo de los cuatro años de instituto, tiempo en el que él pareció mostrar un interés por Lucía que iba más allá de la simple amistad. A ella siempre le resultó interesante este chico, que podía pasar de una conversación sobre grupos de heavy metal a otra sobre la literatura más culta sin aparente dificultad. Una de las cosas que distinguía a Marcos era que poseía una cultura que estaba algo por encima de la media, y ella supo verlo enseguida.

Cuando empezaron a la Universidad, ella en Derecho y él en Arqueología, se distanciaron un poco, pero pronto supieron cómo volver a verse de manera habitual, cuando el interés de Marcos ya sólo era el propio de un amigo. En esos años, él cambió radicalmente su apariencia: por un lado, dejó de usar la horrible raya que lucía en el lado izquierdo de su peinado, dejando que sus rizos flotaran libres sobre su cráneo. Por otro lado, se dejó unas patillas que recordaban vagamente a las de John Travolta en Grease. Por último, en el último año de carrera, Marcos había empezado a hacer ejercicio, de modo que el tipo menudo y de escasa fuerza física se había convertido en unos pocos meses en lo que se había dado en llamar un tío cachas. Ese cambio de imagen le había venido muy bien, según decían todas las chicas con las que se había cruzado a lo largo de esos años.

Fue en ese momento cuando él había empezado a tocar en un grupo con un compañero de clase y un par de amigos de éste. Marcos tocaba la guitarra desde los dieciséis años, y de hecho una vez había hecho un pequeño “concierto” acústico en su casa para que Lucía lo escuchara cantar, sólo con su guitarra española y muchas ganas. Por eso, entró en el grupo como guitarrista cuando su amigo José le invitó a participar. Marcos acababa de licenciarse en Arqueología, con buenas notas y bastante experiencia en excavaciones, y necesitaba hacer algo que le distrajera mientras preparaba su doctorado, de manera que cuando José se lo propuso, aceptó sin pensarlo. El grupo estaba formado por Marcos y Chema en las guitarras, Ray en el bajo y José en la batería. Cuando decidieron buscar un nombre, no tuvieron que discutir demasiado para llegar a la conclusión de que el nombre que mejor les iba era el de Valkiria. El mayor problema vino cuando decidieron buscar un cantante. Después de probar a varios y darse cuenta de que ninguno servía para el sonido que ellos buscaban, cuando estaban a punto de desistir y dejar que el grupo desapareciera antes de empezar, un día que estaban en el local de ensayo, cedido por el Ayuntamiento de su ciudad, Marcos empezó a tararear distraídamente una canción que había escrito mientras rasgueaba su guitarra acústica. Cuando levantó la vista y sus ojos se cruzaron con los de sus compañeros se dio cuenta de aquello que ellos habían visto desde que la primera sílaba había salido de la boca de Marcos: que su voz rota era la mejor para Valkiria.

Desde ese momento, Marcos había aceptado el reto no sólo de cantar, sino también de escribir la mayoría de las canciones, y esa fue su labor durante bastante tiempo, hasta que comprendió que su talento era mayor a la hora de componer música que a la hora de escribir letras. A partir de ese día, Marcos se limitó a poner la música a las letras que Chema y Ray escribían para que él las cantara.

Pero antes de ese día, Valkiria ya había editado un disco, llamado igual que el grupo, que había tenido una acogida bastante buena, y sus miembros estaban componiendo ya el material que formaría parte del segundo, cuyo título sería Noche de lobos. Aún no eran del todo conscientes del potencial que tenían, pero algo les decía que esa mezcla de heavy metal y rock ochentero acabaría calando en el público.

Marcos todavía no se dedicaba a la música en exclusiva, de modo que a menudo llegaba tarde a ensayar porque tenía que ir a alguna de las clases del doctorado o tenía que suspender alguna actuación porque tenía que salir a prospectar para conseguir datos para su tesina. Sin embargo, cuando tras la increíblemente buena acogida de Noche de lobos las fechas de conciertos comenzaron a multiplicarse y la situación requería que se dedicaran por entero a Valkiria, Marcos tuvo que dejar de lado su prometedora carrera como arqueólogo, y dedicarse sólo al grupo, pese a que había publicado ya tres o cuatro interesantes artículos en otras tantas revistas especializadas, recibiendo críticas elogiosas por parte incluso de historiadores que jamás reconocerían la valía de la Arqueología como fuente. Marcos tenía entonces veintiséis años.

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3 comentarios:

Pablo Folgueira Lombardero dijo...

Vale, sí, este personaje se inspira vagamente en mí mismo. Mejor dicho, es como yo quisiera ser. Pero bueno, que nadie se queje que cosas peores se ven por ahí.

Diana dijo...

Hola
Eres cojonudo.
Sí, se parece algo a tí y también a mi vecino y al hjijo de mi hermano y al primo de Rajoy, perdón, de Pedro y al chaval de telepizza y...
Sigo?
Pablo es tan natural, que hasta podría ser tu autobiografía.
Sigamos algo más para decidirlo.
Un biquiño amigo desde Coruña.
Diana

Álvaro dijo...

Me gusta Pablo.
Un abrazo