jueves, 3 de julio de 2008

Capítulo VII: Después del concierto

La gente comenzó a irse, y ella, después de despedirse de la gente que estaba a su alrededor y que parecía tener otros planes para esa noche, decidió entrar en el backstage. Enseñó el pase a uno de los gorilas de la puerta y pasó. La sala era todo lo decadente que ella esperaba. Allí, músicos y equipo técnico se mezclaban con fans que habían entrado nadie sabe cómo, y grupies que se morían por conseguir un autógrafo y algo más de sus ídolos. Un tipo que no le sonaba de nada, con los ojos vidriosos se acercó a ella y, mirándole el escote le preguntó algo así como “¿Quieres pasar un buen rato, guapa?”, a lo que ella contestó que sólo buscaba a Marcos. Con evidentes signos de fastidio, el fulano le indicó la parte más alejada del camerino. Al cruzar la sala se iba fijando en las botellas de diferentes bebidas que estaban por allí, y vio a Chema sentado en un sillón, preparándose una raya de cocaína mientras una chica rubia (Lucía no podría asegurarlo, pero la parecía la misma que había subido a cantar con ellos) se abrazaba a él y le metía una mano dentro del pantalón.

Ella quería salir de allí. No se sentía cómoda en ese lugar. Pero algo guiaba sus pasos hacia la parte más profunda de aquella cueva. Cuando llegó allí, vio a Marcos. Tenía el pelo alborotado y una toalla en torno al cuello. Se había quitado el chaleco y ahora llevaba una sudadera de color verde oscuro. Estaba limpiando una de sus guitarras, parecía concentrado. Levantó la vista y se cruzó con la de ella.

- Hola. Has venido – dijo sonriente.

Se levantó, dejó el instrumento y se acercó a ella. Le dio dos besos. Ella percibió el olor a sudor que desprendía, pero, inexplicablemente, no sintió asco. Incluso sintió una leve excitación.

Ella le felicitó por el concierto, dijo que le había encantado. Él le ofreció algo de beber, pero ella lo rehusó. Estaba cansada, dijo, y quería irse a casa. Evidentemente, ella no quería irse, simplemente estaba incómoda en aquel entorno. Entonces, la estrella sufrió una metamorfosis.

De repente, el músico se convirtió en su viejo amigo, y amablemente dijo:

- Yo me voy a ir dentro de unos minutos, en cuanto termine de recoger mis guitarras. Puedo acercarte en mi coche. Déjame sólo que las meta en sus estuches para que mi asistente las lleve al local de ensayo y nos vamos.

¿Qué pasaba? ¿Realmente Marcos iba a llevarla a casa en vez de continuar la fiesta?

Pues así fue. Él terminó de limpiar sus guitarras y las guardó en sus estuches (“sus camas”, como él decía). Ella observaba cómo limpiaba las cuerdas con un trapo limpio, cómo recogía cuidadosamente los cables, cómo guardaba cada instrumento, cada efecto y cada aparato con infinito cuidado, como si temiera que se rompieran si era demasiado brusco, parando sólo para dar breves tragos de una botella de agua que estaba a su lado. Terminó, fue a hablar con el mismo tipo que había intentado ligar con Lucía (ella se preguntaba si ese tío se estaría enterando de lo que Maracos le decía), se puso una cazadora de cuero, se peinó un poco, cogió la mochila en la que había guardado los efectos y volvió con ella.

- ¿Vamos?

Ella estaba como en una nube. La situación era surrealista, absurda. En medio de un antro de vicio, un músico de éxito se portaba como un caballero y se ofrecía a llevarla a casa. No quiso engañarse a sí misma: fue capaz de reconocer para sí que si él le pidiera algo a cambio de llevarla, esa noche (ésa y no otra) estaría dispuesta a dárselo.

Salieron a la calle, y algunos fans esperaban fuera. Él, increíblemente amable, firmó las entradas y los libretos de los discos, y repartió alguna púa y algunos besos. Ella vivía escenas cada vez más raras, que no alcanzaba a entender del todo. Se subió la cremallera de su cazadora, la noche era muy fría.

Él terminó de atender a sus fans y continuaron caminando. Llegaron al aparcamiento. Él abrió la puerta de un Renault Clío y se subió, no sin antes esperar a que ella lo hiciera. Dejó la mochila en el asiento trasero y arrancó el coche.

Lucía no sabía cómo actuar. No sabía qué debía hacer. Pero debería decidirlo. Tal vez (sólo tal vez) se atreviera a invitarlo a subir a su apartamento cuando la hubiera dejado a la puerta.

- Lamento que hayas visto lo de ahí dentro, normalmente no es así – dijo Marcos –. No suele haber tanto lío, pero es un fin de gira y claro… Hay algo de desmadre.

- ¿Te drogas? – preguntó ella.

- No.

- Lo digo porque vi a Chema preparando unas rayas.

- Por eso hay algunos problemas con él. No me importa que se meta en sus ratos libres. Pero me molesta que llegue tarde a ensayar o a un concierto porque está demasiado colocado como para ponerse de pie. O que desafine, como hizo hace un rato cuando tocamos “Deshonor”.

- Estaba enrollándose con la chica que cantó contigo.

- Lo sé. Y se enrollará con alguna más antes de que acabe la noche.

La conversación no le gustaba. No debería haber preguntado lo de las drogas ni haber comentado lo de la chica. Se sentía incómoda por haberlo hecho. Decidió cambiar de tema.

- ¿Qué llevas en la mochila?

- El chaleco y la camiseta que llevaba en el concierto – hizo una mueca a modo de sonrisa burlona y añadió –. Aunque parezca que no, los músicos de Rock también hacemos la colada. También llevo algunos aparatos, un afinador electrónico, un par de pedales,… cosas así.

- Pensé que esas cosas las llevaríais al local de ensayar.

- Normalmente sí, pero en noches como ésta, con tanta gente en el camerino, es mejor que cada uno se lleve a su casa los suyos. Son aparatos pequeños y pueden “perderse”, ya me entiendes.

- Claro.

- Una guitarra es más difícil de robar, pero un afinador que cabe en cualquier bolsillo es muy fácil. No es una gran pérdida, pero si justo antes de un concierto no podemos afinar, tenemos un problema.

Esto ya le resultaba menos incómodo.

- Por cierto, no me has dicho dónde vives. – dijo él.

- Tranquilo, te iré guiando.

- Algún día deberías venir a mi casa a tomar un café, te enseñaría mis guitarras, hablaríamos con tranquilidad, recordaríamos viejos tiempos,…

Entonces ella tuvo claro lo que tenía que decir. Esta vez no iba a arrepentirse.

- ¿Por qué no esta noche? – preguntó.

Un semáforo se puso en rojo y Marcos paró. Miró hacia Lucía y preguntó:

- ¿Estás segura? – Y ella creyó ver un destello de deseo en sus ojos cansados.

- Sí.

Él no dijo nada. Cuando el semáforo se puso en verde, volvió a arrancar y pasados unos metros rodeó una rotonda para cambiar de sentido y volver hacia el centro de la ciudad.

Ella no sabía qué sentía. ¿Estaba bien lo que iba a hacer? Probablemente no. Sobre todo porque ella misma sabía (y seguro que él también) que esa situación no se habría producido en otras circunstancias. Pero Lucía buscaba algo que la sacara de su tediosa vida y tal vez olvidar por una noche que el hombre que estaba a su lado era su amigo sirviera para aliviarla. Lo veía cambiar las marchas y la palanca de cambios era un símbolo demasiado claro de lo que le apetecía. Pero también sabía que sólo sería esta noche. Y estaba segura de que él también lo sabía.

Continuaron su camino hacia el piso de él hablando como si no se hubieran pronunciado las palabras anteriores. La conversación seguía por los derroteros habituales entre viejos amigos. Por fin, llegaron a la calle de Marcos. Él dirigió su coche hacia el lugar en el que estaba la entrada al garaje. Entraron y el aparcó en su plaza. Ella pensó que besarse en ese lugar para empezar la noche sería tan sórdido como haberlo hecho en el backstage; ya que estaban tan cerca, podrían esperar. Por eso decidió rehusar los labios de él si intentaba besarla. A algunos hombres, eso los excitaba más.

Pero él no lo intentó. Salió del coche, cogió la mochila y, como notó que ella no salía (ni del coche ni de su asombro), le abrió gentilmente la puerta. Ella volvía a no entender nada. Él la guió por el oscuro garaje hacia una puerta. Entraron por ella y se metieron en un ascensor.

- Tenemos que subir hasta el ático – dijo él – Vivo allí, en un dúplex.

- De acuerdo – respondió ella como si todos esos datos fueran nuevos para ella.

Mientras el ascensor subía, Lucía trataba de imaginar cómo sería la casa de él. Seguramente sería algo hortera y recargado, como las casas de todos los nuevos ricos. Incluso puede que hubiera simbologías satánicas, como correspondería a una estrella del Heavy Metal. El ascensor tardaba en llegar arriba. Ella empezó a pensar en lo que iban a hacer. Tal vez el mayor error de sus vidas. Tal vez no sería nada más que sexo. E incluso puede que sólo fuera a ser depravación.

Llegaron arriba y Marcos sujetó la puerta para que ella saliera. Estrella y todo, pero seguía siendo un caballero. Abrió la puerta del piso, encendió la luz del pasillo y Lucía no pudo salir de su asombro.

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