jueves, 3 de julio de 2008

Capítulo VI: El concierto (parte I)

El día siguiente de ver a Marcos, Lucía había ido a trabajar como todos los días. Llevaba las entradas y el pase en su bolso, no se había acordado de sacarlos cuando llegó a casa y seguían allí, de modo que cuando lo abrió para sacar su teléfono móvil y dejarlo sobre su escritorio antes de empezar a cumplir con sus obligaciones, vio las entradas, cinco en total. Levantó la mirada y se dirigió a una de sus compañeras más jóvenes:

- ¿Te gustan Valkiria? – preguntó.

- La verdad es que no me gusta nada esa música de melenudos, ¿por qué?

- Tengo aquí unas cuantas entradas para su concierto de la semana que viene, pero yo sólo necesito una. Las otras cuatro las regalaré, supongo.

- ¿Te tocaron en algún concurso? – preguntó un compañero que estaba al lado y que no había perdido ni una palabra de lo que decían.

- No, es que conozco a uno de los músicos, ayer estuve tomando un café con él y me regaló alguna.

- ¿Tomando un café? ¿Ahora se dice así? – bromeó otra compañera.

Lucía sonrió aunque la broma no le hizo ni la menor gracia y prefirió no contestar.

- ¿Ese amigo tuyo no será este que sale en el periódico, verdad? – preguntó Bermúdez, que llegaba en ese momento leyendo un periódico de tirada local.

Se lo acercó abierto por la página en la que se veía una fotografía de Marcos encima de una entrevista. Llevaba la misma ropa de la tarde anterior. Seguramente llegó a la cafetería desde el lugar donde lo habían entrevistado, lo que explicaría que llegara en moto. Si era verdad que vivía en el centro, podría haber ido andando.

- Sí, es éste –respondió ella – . Estudiamos juntos.

- Un músico de Heavy que ha estudiado – dijo el jefe – . Es lo que me quedaba por ver.

Lucía no dijo nada y se puso a trabajar. El día pasó de manera monótona, y lo único que sucedió que se salió de la rutina fue que un compañero que había oído que tenía entradas para el concierto fue a pedirle una. Ella sabía que si se la pedía era con la esperanza de ir con ella, pero Lucía no sólo no tenía intención de ir con él, sino que incluso llegó a plantearse la posibilidad de cobrarle por el ticket.

Los días que pasaron hasta que llegó el viernes del concierto no fueron más que unas anodinas jornadas en las que Lucía llevó a cabo su trabajo con la profesionalidad habitual, pero cada vez con menos ganas. Siempre era lo mismo. Podía parecer una tontería, pero soñaba con el concierto, aunque sólo fuera por hacer algo diferente.

A lo largo de esos días intentó regalar las entradas que le quedaban, porque, después de todo, ella sólo necesitaba una. Llamó a algunas amigas, pero parecía mentira lo difícil que era quedar con ellas ahora que cada una tenía su trabajo. Además, un concierto de Heavy no es precisamente el mejor plan para unas treintañeras. Incluso pensó en llamar a algún ex novio, pero no quería malentendidos: ella no daba segundas oportunidades, tal vez porque nunca se las habían dado a ella. Tres entradas quedaron, así, aburridas en un cajón.

Por fin llegó el viernes. Cuando salió de trabajar fue a su casa para comer algo y cambiarse de ropa. Se dio una ducha y buscó algo para ponerse, pero no se le ocurría qué. Al final, decidió ponerse unos vaqueros, una camiseta ajustada y con mucho escote y una cazadora de piel. Unas botas negras y una lencería no tan cómoda como habría sido más apropiado redondearían su atuendo.

Metió su entrada en un bolsillo de la cazadora y el pase de backstage en otro. Salió a la calle y se dirigió al Palacio de los Deportes, no muy alejado de su apartamento. Aún faltaba más de una hora y media para el inicio del espectáculo, más de dos para que Valkiria salieran al escenario, pero ella quería ir pronto, para coger sitio, como cuando era una adolescente.

Pero no fue fácil. Cuando llegó, las puertas estaban abarrotadas, la gente se pegaba literalmente por entrar. Se fijó en la gente que allí esperaba. Veía a chicas y chicos jóvenes que le recordaban a ella misma no hacía tanto tiempo, chavales que cantaban canciones del grupo mientras esperaban para entrar.

Esperó cola un rato, y cuando le tocaba entrar, se equivocó de bolsillo y sacó el pase de backstage. Cuando lo vieron, los tipos de la puerta cambiaron su semblante hosco y se deshicieron en atenciones. Uno de ellos la acompañó hasta el lugar desde el que verían el concierto los VIP, muy cerca de los camerinos. Cuando llegó, se encontró con algunos viejos compañeros del instituto, amigos de toda la vida de Marcos a los que éste había invitado también. Besos, saludos, preguntas del tipo “¿qué es de tu vida?” y comentarios de la índole de “a ver cuándo quedamos para tomar un café” sirvieron para que el tiempo pasara más deprisa.

De repente, las luces se apagaron. Lucía miró hacia el enorme escenario (el más grande que recordaba) y vio moverse sobre él a cinco sombras. Eran los músicos de Cuentos Chinos, los teloneros. Una introducción barroca y ampulosa sirvió para recibirlos, y cuando terminó, las luces se encendieron y ellos comenzaron a tocar. Su música era muy dura, y su actitud sobre el escenario chulesca y un tanto arrogante. Casi parecía que ellos eran los músicos del grupo principal. Sólo tocaron cuarenta minutos, pero que a muchas personas se les hicieron eternos.

Cuando terminaron, muy deprisa el escenario fue invadido por un puñado de personas que cambiaron los micrófonos, los pedales y efectos de las guitarras y que sacaron de allí a toda prisa la batería de Cuentos Chinos, montada sobre una plataforma con ruedas, para, acto seguido, destapar la gran batería de Valkiria, con dos bombos en cuyos parches se veía el emblema de la banda: una valkiria entregando una copa a un guerrero vikingo y que hasta entonces había permanecido cubierta por una lona. Las luces volvieron a apagarse.

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