jueves, 3 de julio de 2008

Capítulo IV: Nueva llamada

El día pasó lentamente para Lucía que, distraída y mecánicamente, hacía su trabajo y trataba de aguantar las ganas de dejar lo que estaba haciendo y llamar a Marcos a casa de sus padres, sin saber que él ya no vivía allí. Por fin, a las seis de la tarde, la jornada terminó y ella cogió el metro para volver a su apartamento, aquél que había comprado para vivir con Daniel y que ahora sólo ella ocupaba.

Buscó su vieja agenda de teléfonos porque no era capaz de recordar un número que hace unos pocos años hubiera sido capaz de marcar con los ojos vendados. Cuando la encontró y, al ver el número, recordó que era el teléfono de una casa que estaba en un barrio alejado del suyo, lo marcó y la voz de la simpática madre de Marcos respondió:

- ¿Dígame?

- Hola, buenas tardes – dijo Lucía tímidamente y sin darse cuenta de que se estaba ruborizando como una adolescente – . ¿Podría hablar con Marcos, por favor?

- Marcos ya no vive aquí, hace un año que se mudó a un dúplex en el centro. ¿Quién le llama?

- Soy una antigua compañera de instituto, Lucía. Marcos me llamó hace un rato y quisiera hablar con él. ¿Podría darme su número, por favor?

- Por supuesto.

La madre de Marcos sabía de sobra quién era ella. La había conocido bastantes años antes, cuando Marcos se había empeñado en llevarla a casa para tocarle unas canciones, aunque no había vuelto a verla y tenía dificultad para recordar su rostro. Con mucha amabilidad, le dio el teléfono de su hijo, y se despidieron cordialmente, como si realmente se conocieran de algo.

Lucía, cada vez más nerviosa aunque no sabía por qué, marcó el número de Marcos. Realmente no estaba segura de si prefería que él estuviera en casa o no. Tres tonos de llamada y alguien descolgó.

- ¿Diga? – contestó Marcos al otro lado de la línea.

- Hola Marcos, soy Lucía. ¿Cómo estás?

- Hola, Lucía. Estoy bien, ¿y tú?

- Bastante bien, gracias. Te llamaba para decirte que creo que al final tal vez vaya a veros.

- Me alegro. ¿Te parece bien que quedemos mañana y te doy tu entrada? Bueno, la tuya y las que quieras, porque supongo que irás acompañada. Por cierto, ¿cómo se llamaba el tío con el que estabas? ¿Daniel, verdad?

- Sí, pero ya no estamos juntos; rompí con él, ya te contaré. Lo más probable es que vaya a veros sola. Tráeme sólo una entrada.

- Vaya, lo lamento, pero bueno, supongo que si tomaste esa decisión será porque consideraste que era lo mejor. ¿Te parece bien que nos veamos mañana a las siete de la tarde en la cafetería a la que solíamos ir antes?

- Sí, desde luego. Mañana te veo – no sabía por qué estaba nerviosa y azorada y por qué no podía decir nada más –. Hasta mañana.

- Hasta mañana. – respondió él sin comprender del todo cómo era posible que dos viejos amigos mantuvieran una conversación tan fría y llena de tópicos. Pero decidió que no se comería la cabeza con eso, porque su experiencia le había enseñado que lo mejor a veces es no dejar que los pensamientos demasiado retorcidos tengan demasiado lugar en la mente. Colgó el teléfono y cogió una guitarra acústica, una Martin de doce cuerdas, para practicar y no dejar que sus dedos perdieran ni un ápice de la agilidad con la que compensaban el hecho de que eran demasiado cortos.

Ella estaba ahora muy nerviosa, tanto que tuvo que ir a la cocina y prepararse una tila. No comprendía lo que le pasaba. ¿Por qué su cabeza sólo pensaba en ver a un antiguo amigo al que hacía dos años que no veía y en el que no habría pensado en los últimos meses si no fuera porque Marcos y su grupo salían habitualmente en los periódicos cuando otro de sus conciertos volvía a ser noticia por su espectacularidad y por la cantidad de gente que había ido? No lo entendía, pero lo que quedó de la tarde, ella no pudo hacer ninguna de las tareas que tenía que terminar para el día siguiente. Para el bendito día siguiente, en el que iba a entender por qué sentía lo que en esos momentos sentía.

Decidió irse a la cama muy temprano y, con mucha dificultad, logró dormir sólo cuatro horas. ¿Tal vez sentía que si no daba un giro radical a su vida jamás vería todo aquello que su privilegiada inteligencia le hacía merecer? Ella misma no sabía a qué se debía su estado de nerviosismo, pero estuvo, hasta que el sueño la venció, pensando en ello. Mañana, pensaba, sabría las respuestas.

Ir al Capítulo V.

1 comentario:

Jabolka dijo...

Uyuyuyy!! que nervios!!! jejeje! que pasara???????