jueves, 3 de julio de 2008

Capítulo V: El reencuentro

El día siguiente pasó lentamente y de manera muy aburrida. El trabajo en el bufete no era todo lo apasionante que a ella le gustaría, pero en ocasiones le daba alguna alegría a sus ganas de emoción. Desgraciadamente, este día no fue de los que le dieron alegrías. Si no fuera porque una compañera, Marta, poco más joven que ella, le recordó que pronto iba a ser el cumpleaños de otra compañera, Beatriz, la más veterana del equipo de Bermúdez y asociados, de la que, además, se decía que había sido amante del jefe, Lucía no tendría ningún motivo para recordar que ese día fue a trabajar.

A las seis de la tarde salió del trabajo y, gracias a que el metro llegaba hasta la puerta de su oficina y la dejaba cerca de su apartamento, a las seis y veinticinco estaba en casa. Rápidamente, se dio una ducha y se cambió de ropa. Una falda larga y negra, una blusa blanca y un abrigo negro fueron su atuendo para esa tarde de reencuentro. Salió de su apartamento y se dirigió caminando a la cafetería en la que habían quedado. No estaba lejos de su casa. Cuando salió, una fuerte ráfaga de aire frío la abofeteó, desordenando los cabellos que tanto le había costado peinar.

A ella le llamaba la atención el hecho de que Marcos hubiera querido quedar en la cafetería, cuando antes solían quedar en una placita cercana para después ir paseando hasta el local. Cuando llegó se sentó a una mesa desde la que se veía la puerta; enseguida, un camarero llegó, solícito, para preguntar que iba a tomar con unos modales exquisitos. Ella pidió un té americano, con mucha canela. Mientras esperaba a que le sirvieran miró su reloj, un discreto Viceroy con correa de color marrón. Llegaba cinco minutos más tarde de las siete, y recordó que a él le exasperaba su impuntualidad, por eso no dejaba de resultar llamativo que él no hubiera llegado aún. El camarero volvió con lo que había pedido y ella empezó a mirar distraídamente a través del cristal del establecimiento.

Una motocicleta Suzuki de 250 centímetros cúbicos llamó su atención. Acababa de pararse en esa misma calle, y sobre ella iba un hombre vestido con pantalones vaqueros, botas negras y una cazadora de cuero negra; en el casco había una figura que ella no alcanzaba a reconocer. El hombre se quitó el casco antes de bajarse de la moto parada. Ella no pudo reprimir un estremecimiento cuando vio que de debajo del casco quedaban libres los rebeldes rizos castaños de Marcos. Se bajó de la moto y entró en la cafetería, ajeno a la expectación que provocaba que una estrella del rock entrara en el lugar. Miró a su alrededor y, cuando vio a Lucía, sonrió, la saludó con la mano y se acercó a ella.

Caminaba con seguridad, sin reparar en el ruido que sus botas provocaban sobre las baldosas del suelo. Ella no supo expresarlo con claridad, pero había algo en él que no era como antes. Caminaba con la cabeza alta y su mirada, algo fría, denotaba unas enormes ganas de comerse el mundo. Antes de sentarse, se acercó a Lucía y le dio dos besos mientras decía un “¿Qué pasa, colega?” que sonaba algo tópico. Después, dejó el casco en una de las sillas y entonces ella observó que la figura que tenía dibujada era una pirámide azteca (o tal vez era maya, a ella le parecían iguales). Él se quitó la cazadora, debajo de la que llevaba una camisa de pana granate, con el último botón desabrochado enseñando, a pesar del frío del invierno, los pelos de su pecho. Se sentó y se arremangó las mangas de la camisa. Entonces, ella clavó sus hermosos ojos verdes en los fuertes brazos de él, ahora desnudos, en busca de los picotazos que denotaran que había perdido su antigua sensatez para abandonarse en los brazos de una de esas adicciones tan habituales entre las estrellas del Rock, y lo único que vio fue la serpiente tatuada en su antebrazo derecho y la desconcertante presencia de un elegante reloj de pulsera en su muñeca izquierda, justo en el lugar donde, durante los conciertos, solía llevar una muñequera de piel negra con remaches de metal que demostraba claramente su actitud de músico de Heavy Metal. Se sintió aliviada, porque le preocupaba que su viejo amigo pudiera tomar heroína o cualquier otra droga.

- Veo que está bien – dijo ella –. Me alegro de que los años te traten bien.

- Gracias – respondió él –. Tú también estás estupenda, por ti no pasan los años.

- Sigues siendo un pésimo mentiroso – dijo ella sonriendo – Pero a todo el mundo le gustan los piropos. Te lo agradezco.

- Sabes que no me cuesta nada decir la verdad.

- ¿Entonces por qué no la dices? No estoy tan guapa como antes.

- Para mí siempre serás una mujer preciosa.

- Suponía que con tu trabajo habrías tenido la oportunidad de conocer a un montón de tías guapas dispuestas a acostarse contigo. Pero si yo sigo pareciéndote guapa será que no han sido tantas.

- Da igual que las grupies hagan cola a la puerta de mi camerino para echar un polvo con cualquiera de nosotros, ni que un montón de fans intenten entrar en mi casa cada día. A mí me sigue gustando el mismo tipo de mujer. Y tú te acercas bastante a él.

- ¿Quieres dejar de decir tonterías y decirme por qué os vais a separar? No parece lo más sensato cuando no hacéis más que vender discos.

Marcos se quedó pensativo. Intentaba buscar las palabras que explicaran todo lo que significaba la separación de Valkiria. Por fin, dijo:

- Hace tiempo que necesito algo de estabilidad. Empiezo a estar un poco cansado de andar de aquí para allá continuamente. Necesito descansar y dedicarme a algo un poco más tranquilo. Pocos músicos pueden vivir toda su vida de esto con el ritmo que llevamos. Además, desde hace algunos meses que tengo algunos problemas con Chema, y tal vez lo mejor sería que nos diéramos un tiempo para pensar. No es fácil componer cuando te llevas mal con el letrista.

- Si se va del grupo no tiene por qué pasar nada. Las letras podría escribirlas Ray, o tú podrías volver a hacerlo.

- Sí, pero cuando empezamos hicimos un trato para proteger nuestra amistad: si algún músico dejaba el grupo, nos separaríamos, para evitar que hubiera malos rollos.

- ¿Sólo por eso vas a dejarlo definitivamente?

- Por eso y porque quiero dedicarme a mi carrera como arqueólogo. Aún soy joven y podría soportar unas cuantas campañas de excavación. Si espero unos años más, sería demasiado tarde. Aparte de eso, aún tengo bastante lucidez como para poder terminar mi tesis doctoral, y todavía no estoy demasiado apartado de la investigación como para no conocer los nuevos descubrimientos que se están haciendo.

Ella le miró fijamente. Parecía que hablaba en serio. Ciertamente continuaba siendo un tipo bastante sensato. Prefería dejar la vida aventurera del músico de Rock n’ Roll a cambio de una más centrada e incluso burguesa.

Había cambiado. Por un lado, era un hombre más seguro de sí mismo. Pero por otro lado, seguía sin olvidar que quería ser arqueólogo desde que, con diez años, había visto en el cine Indiana Jones y la Última Cruzada. Todavía perseguía un sueño, pero no el de ser músico, sino el de ser un respetado investigador.

Tal vez no era el tipo que ella creía.

- Me resulta difícil creer que dejes tu carrera como estrella de la música por una vida más tranquila. Antes te gustaba la aventura.

- No es que haya dejado de gustarme. Simplemente, necesito tiempo para pensar.

Ella se quedó pensando. Se fijó en que, a través de los cristales, dos jóvenes, un chico y una chica, miraban a Marcos; lo habían reconocido. Entonces, Lucía dijo:

- Siempre he querido saber cómo es tu vida como músico. Siempre he querido que me contaras tranquilamente cómo vives, qué haces... Se suele hablar de estrellas que destrozan hoteles, se tiran a sus fans, y arman escándalos. Pero Valkiria nunca habéis sido así.

Los chicos entraron en la cafetería, se acercaron a la mesa que ocupaban Marcos y Lucía. Tímidamente, la joven, rubia y de no más de veinte años, le pidió a Marcos un autógrafo. Marcos, a falta de nada mejor, cogió dos servilletas de papel y pidió a Lucía un bolígrafo con el que les firmó dos. La chica le quitó el bolígrafo de la mano, cogió otra servilleta y escribió algo en ella. Con una sonrisa pícara, colocó el pedazo de papel doblado y el bolígrafo en el bolsillo de la camisa de Marcos, que la miraba con una expresión entre divertida y sorprendida. Los dos jóvenes se fueron, pero al salir del local, la chica volvió su mirada hacia Marcos, no sin antes guiñarle uno de sus ojos azules.

Marcos sacó el bolígrafo de su bolsillo y se lo devolvió a Lucía. Sacó también la servilleta, la desdobló y leyó un mensaje de la chica que decía “Si me llamas, te dejaré que me hagas lo que quieras”, y después aparecía un número de teléfono móvil. Él sonrió y dijo:

- Te referías a cosas como éstas ¿verdad? – y le acercó a Lucía el papel. Ella lo leyó, frunció el ceño y dijo:

- A algo así... – devolvió la servilleta a Marcos.

Éste arrugó el papel y lo depositó discretamente en un cenicero, ante la mirada atónita de Lucía.

- ¿No vas a llamarla? Parecía muy interesada en ti y tenía un buen par de tetas. Seguro que te haría pasar un buen rato.

- No estaba interesada en mí. Estaba interesada en follarse a un tío famoso. Eso me ayuda a contestar a tu pregunta. Muchos músicos destrozan los hoteles. Pero nosotros no creemos que sea necesario hacer eso para demostrar lo duros que somos. En ocasiones sí nos acostamos con las chicas que van a los camerinos. Pero tampoco lo hacemos habitualmente. Lo de armar escándalos tampoco va con nosotros.

- ¿Entonces qué hacéis?

- Trabajar mucho, tocar, componer,... Salimos poco la noche anterior a los conciertos, porque la gente ha pagado por vernos y tenemos que hacer un buen espectáculo. Yo además tengo en mi contra que cantar exige mejor forma que tocar. Todo esto es muy exigente. Trabajamos más de lo que la gente se cree, porque además tampoco tenemos un equipo demasiado grande a nuestro alrededor. Hay grupos que llevan equipos de asistentes de veinte o treinta personas, pero nosotros sólo tenemos a un técnico de luces, otro de sonido, otro que nos afina los instrumentos y dos que montan el escenario. Nada más. Comparados con otros, somos unos pobretones. – sonrió.

Justo después de decir esto, el móvil de Marcos sonó en el bolsillo de su pantalón. Sacó un Siemens de color plateado y respondió. Lucía no pudo evitar fijarse en las palabras que decía, y que le daban a entender que ese reencuentro estaba a punto de finalizar.

Efectivamente, cuando colgó el teléfono, él dijo:

- Lo siento mucho, pero tengo que irme. Tengo que acercarme hasta el local de ensayo para comentar con el técnico de escenario algunas cosas sobre los efectos que usaremos en el concierto.

- Vaya, cuánto lo siento – respondió ella.

- Te prometo que te lo compensaré, te llamaré otro día para quedar.

Dicho esto, antes de coger sus cosas e irse, sacó su cartera de otro bolsillo de su pantalón. Extrajo de ella varias entradas y un billete. Dejó el dinero sobre la mesa (“yo invito”, dijo) y le entregó las entradas a ella.

- Ten varias, por si quieres ir con más gente – dijo. Luego sacó una tarjeta del bolsillo de su camisa y se la entregó también –. Con esto podrás entrar en el backstage cuando termine el concierto, si te apetece – se corrigió –. Bueno, en el camerino, que backstage suena muy pedante.

Ella se lo agradeció con una sonrisa.

Entonces Marcos se puso de pie, cogió su casco y le propuso llevarla a alguna parte. Ella rehusó. Todavía no se había terminado el té, y además le apetecía caminar hasta su casa después.

Él salió de la cafetería y se subió en su moto, ajeno a los ojos verdes de ella, clavados en su espalda. Arrancó el motor y se fue de allí, hasta que su figura se perdió al fondo de la calle.

Lucía tenía las entradas y el pase de bakstage en su mano derecha. Miró el diseño de las entradas, fijándose en las imágenes que estaban dibujadas. Se trataba de unas caricaturas de los cuatro músicos sobre un escenario, muy sonrientes. Eran unos dibujos un tanto naif, casi ingenuos. Se fijó en el precio de las entradas. Su viejo amigo le acababa de hacer un regalo muy caro.

Miró entonces el pase de backstage, el sueño de cualquier fan. La chica de hacía un rato habría dado lo que fuera por tenerlo. Ella misma hubiera deseado tener uno en algún concierto al que había ido unos diez o quince años antes. A estas alturas no sabía si le serviría de algo.

Terminó la infusión de un trago, metió todo lo que Marcos le había dado en su bolso y salió de la cafetería. Caminó lentamente hacia su casa. Tendría que andar una media hora, pero no le importaba. No sabía por qué, pero tampoco tenía prisa. Volver a ver a Marcos le había traído buenos y gratos recuerdos.

Caminaba pensando en muchas cosas. Por ejemplo en lo aburrida que resultaba su vida últimamente. El concierto podría cambiar eso. Quién sabe, tal vez fuera la luz que necesitaba en su vida en ese momento. Una luz tenue y que no duraría más de dos horas o dos y media, pero al menos haría algo distinto.

Llegó a su casa, y cuando entró miró el reloj. Era más tarde de lo que pensaba. La tarde se le había pasado en un santiamén. “Es lo bueno de ver a los amigos”, pensó.

Se preparó algo para cenar y justo después se acostó. La noche anterior había dormido muy poco y le convenía descansar. Uno de los defectos del trabajo es que exige esfuerzo, y el esfuerzo exige haber descansado antes.

Capítulo VI (parte I).

3 comentarios:

Pablo Folgueira Lombardero dijo...

Este capítulo supuso el punto de inflexión a la hora de escribir este texto. Resulta que en 2004 fue lo último que escribí. A partir de este punto, todo el texto es de 2007 (y tiene menos verdades... tú que me estás leyendo aunque nunca comentes sabes a qué me refiero).

Álvaro dijo...

Me gusta Pablo.
El 2004 fue hace 4 años...veamos en los siguientes capítulos qué acontece...
Un abrazo

Jabolka dijo...

jarllllllll, pues nada, a ver como se desarrolla la historia a partir de 2007!!!<